Respuestas de la filosofía para descolonizar el pensamiento. Parte III
Impresión del artista indio Edgar Heap of Birds |
Dialéctica Ilustrada.
Ilustración
universal como enfermedad y tarea ilustrada como cura del racismo.
Lo primero para abordar esta cuestión es tener en cuenta
que la filosofía no la hacen seres ni divinos ni especiales designados por la providencia,
sino seres humanos que han nacido en una época concreta. Tan personas como
nosotras mismas fueron Platón, Aristóteles, Agustín de Hipona, etc. Todos
humanos, demasiado humanos para lo bueno y lo malo. Si se siguen enseñando sus
sistemas de pensamiento es por el propio método del filosofar.
Necesitamos comprender, leyendo al autor en fuentes primarias y secundarias,
qué es lo que decían y por qué. Afrontaron problemas de la condición humana que
no caducan: la verdad, la experiencia, la vida, la muerte... En ese uso
continuado de la comprensión es donde se encuentra el acto de la filosofía. Si
los carpinteros tienen su martillo y su cincel, los filósofos tienen sus
autores y sus libros.
Pero, y esto es muy importante, no es un acto de adoración hacia los grandes autores. En todo caso, la admiración que producen es síntoma de haber aprendido de ellos y de la manera de afrontar estos problemas de la condición humana. El respeto nace de ejercer algo así como una escucha activa.
No está de más que nos preguntemos qué es
concretamente filosofar ¿Es una manera de pensar? ¿La manera de pensar por
excelencia? Si quisiésemos empezar a estudiar filosofía por nuestra cuenta,
fuera de las academias, tendríamos la oportunidad de hacerlo. Hay una lista
innumerable de títulos que se preguntan qué es filosofar, o, mejor dicho, qué
es la filosofía, que ahondan en cómo hacer filosofía o para qué sirve, si es
que sirve para algo. Escritos además por muchos grandes autores. Ya
dejaremos este tema para otro momento, ya que es bien interesante detenerse.
Pero lo que tenemos que comprender es que filosofar es una manera concreta de
ejercer el pensamiento, siendo una práctica rigurosa y crítica. Y que, para lo
que nos ocupa, separar el pensamiento del tiempo es un ejercicio de
ilusionista, y más si lo que estamos haciendo es preguntándonos por
problemáticas concretas en cada tiempo. Tal vez, lo más interesante que
podríamos abordar aquí es cómo estas problemáticas migran (con
sus características propias) de un lugar a otro, siendo la filosofía y la
historia de las ideas el proyecto de narración de alguna de ellas. Contextualizar,
para nosotras, es la base para esclarecer cualquier reflexión.
¿Cuál es nuestra problemática? Lo que queremos es localizar
dónde se encuentra y cuál es el origen del sesgo racista que existe en nuestra
manera de pensar, para así, al pensarlo, hacer consciente nuestro
racismo. Y, así, combatirlo. Hablamos de combatirlo
filosóficamente, es decir desde la consciencia y la razón, haciendo del
pensar un ejercicio vital que nos ayuda a saber quiénes somos y a planear
quiénes queremos ser. La que, creo, es la única manera de establecer una
relación positiva con el futuro: de manera ideal, pero también responsable (ya
que al saber quiénes somos, sabremos qué debemos hacer para ser quien
queramos).
Es por ello que si cogemos la filosofía de Kant para
entender desde su antropología dónde se encuentra el racismo, lo localizamos y
construimos una genealogía de la desigualdad de las razas
desde ahí, no estamos desterrando a un autor exigiendo una moralidad acorde a
nuestros principios contemporáneos. No queriendo por ello justificar la
desigualdad. Solo entender su naturalización.
No se trata de ignorar los contextos, sino todo lo
contrario. Hay que explicitar lo invisible que obedecemos sin saber.
Preguntarnos seriamente qué es lo que obedecemos cuando estamos en sociedad. Y
por qué obedecer cuando podríamos no hacerlo.
Es algo que me pregunto algunas mañanas, sobre todo los
lunes ¿Por qué me levanto cuando simplemente, preferiría no
hacerlo? ¿No sería interesante que viésemos la
relación que hay entre lo que pensamos, a lo que obedecemos y el contexto en el
que vivimos?
¿Somos racistas porque nuestra historia lo es y tenemos ya
la marca irreversible de Caín? ¿O, todo lo contrario, y, tras la declaración de
los derechos universales y las fiestas a favor de la diversidad, el racismo ha
desaparecido? ¿Tiene alguna influencia en nuestra forma de hacer filosofía que
trabajemos con filósofos que naturalizaban la desigualdad?
Es por ello por lo que vamos a filosofar con los textos de
Kant. En él está la semilla moderna de la autonomía y la libertad. Sometió a un
pulcro juicio a la razón para traerla a la Ilustración, para hacerla válida en
una nueva era de igualdad y libertad en la historia. Aun así, seguía siendo
racista.
¿Cómo acabar con los prejuicios?
Para ello, hay que adrentarse en el terreno de la ética y
la política. Como estamos haciendo una suerte de genealogía, miremos durante un
momento al la cuna civilizatoria de Occidente: Grecia. Y al padre de la
política filosófica: Aristóteles. Para ello, traigo a colación esta famosa
sentencia suya, sentencia que reposa en nuestras leyes de ciudadanos modernos
en el siglo XXI:
Zoon
politikón (del griego antiguo ζῷον, «animal»
y πολῑτῐκόν, «político (de la polis)»,
«cívico») es un concepto creado por Aristóteles, cuyo significado literal de la
expresión es «animal político» o «animal cívico» y hace referencia al ser humano, el cual a diferencia de los animales
posee la capacidad de relacionarse políticamente, es decir, crear sociedades y
organizar la vida en ciudades (ciudad se dice «polis» en griego).
Wikipedia
¿Sería correcto decir que, cuando Aristóteles decía que
"el hombre es un animal político", se refería al ser humano?
No, porque no es verdad. Se refería a lo que decía, tan
solo hablaba del hombre.
La mujer no formaba parte del sujeto, ni filosófico ni
político. Su lugar en la sociedad, incluso en la sociedad ideal aristotélica,
era el gineceo, es decir, lo otro, lo que no era lo
público.
¿Es importante tener esto en cuenta? Claro. Así ponemos en
valor la lucha colectiva de las mujeres por pertenecer al espacio de lo
público. Y lo ponemos en valor porque somos conscientes de la historia de
luchas que se fraguaron en el espacio político: la igualdad no viene
dada, es un valor artificial, así como su contrario, la desigualdad. Somos
inalienablemente libres, pero no es suficiente con la declaración de los
derechos humanos. La igualdad ha de ser conquistada en cada vida humana. A
veces con mayor o menor esfuerzo. Según la cantidad de esfuerzos que gastemos
en conseguir esa igualdad seremos conscientes de la cantidad de privilegios que
tenemos con respecto a los demás. No es lo mismo los esfuerzos que yo he
gastado en ser universitaria que los que gastará la infanta de España, una
chica con síndrome de Down o una chica que haya nacido en una familia de
personas analfabetas. Y la DD HH dice que todas nosotras somos iguales.
Volviendo con el estagirita ¿significa con ello que debamos
rechazar todo lo que tenga que ver con Aristóteles en política porque no pasa
nuestras exigencias morales contemporáneas? Yo no lo creo así. Para mi tiene
más valor contextualizar estas ideas, para así preguntarnos sobre la naturaleza
de las nuestras.
¿Todos los griegos pensaban como Aristóteles, es decir, el
machismo y el esclavismo eran un espacio común para todas las filosofías? ¿A
qué se debe esta naturalización de la desigualdad? ¿Dónde comienza? ¿Se
sostiene en razones genéticas o culturales?
Con todas estas preguntas, no solo me adentro en la
historia de la filosofía, sino que también revelo ciertas ideas que perviven en
mi manera de pensar. Por ejemplo, si pienso que la desigualdad se naturaliza
¿es porque creo que lo que realmente es natural es la igualdad? ¿Qué entiendo
por natural? ¿Y qué entiendo por igualdad? Este marcado carácter rousseauniano que guía mi intuición a la hora de pensar, ¿qué tiene
de diferente a la cuestión que planteaba el filósofo francés? ¿Cuáles son los
autores y los movimientos filosóficos donde encuentro los ecos de lo que
pienso? Todas estas preguntas son continuistas con la
tradición, ya que establecen un diálogo con otros tiempos pasados para ver así
el presente. Incluso si me preguntase por autores que no se recogen en el canon
de la historia de la filosofía "oficial" (como podría ser
buscar pensadoras
importantes que entrasen en el estudio
académico de la Historia de la Filosofía, o narrar momentos históricos de
manera que pongamos en valor la
diversidad de relatos a la hora de entender la complejidad de ciertos momentos
históricos frente a la uniformidad de la
Historia Universal, eurocéntrica por naturaleza) lo interesante seguiría siendo
la cuestión que se plantea y su desarrollo histórico.
Pero también se filosofa a martillazos, como ya dejábamos
puesto anteriormente en la Parte
II de estas Respuestas de la filosofía para descolonizar el
pensamiento. Y así también se marca una forma
de hacer filosofía que nos dice mucho de cómo somos, que entendemos de cómo
funciona el mundo y qué esperamos de él.
Puede que parezca un tema más denso de lo que en realidad
es. Pero como somos valientes y no le tenemos miedo al fango confuso del
embrollo que compone a la ignorancia, vamos a poner algo de luz y concierto:
Si el racismo, como el patriarcado, es una cualidad de nuestra cultura y no una actitud, ¿podemos estudiar un metarrelato fundamental de la Historia de la Filosofía para leer orígenes y justificaciones del pensamiento racista? La respuesta que damos desde aquí es afirmativa. Creemos que sí se puede coger un metarrelato filosófico, leerlo con atención y crítica para encontrar claves del inconsciente impulso dominador que existe en nuestro marco de saber.
Comenzaremos intentando ver qué hay en el pensamiento de
Kant que pudiese servir para justificar, atestimoniar o disculpar al racismo.
Damos por sentado que Kant, al igual que toda su cultura, era racista.
Tal análisis de su pensamiento ha
de ser completo: no tiene valor si no ponemos sobre la mesa una
mirada general de su pensamiento, su estructura y sus logros. Lo que nos
interesa es ver cómo podemos leer a un autor clásico en clave a nuestros
intereses, sin desvirtuar lo que realmente dice el autor. Es un ejercicio de
filosofía lo que vamos a acometer, así que no podemos prescindir de la
pretensión de verdad. Es decir, dejado a un lado el debate de si la verdad
existe o no, entendemos que tenemos que aspirar a ella. Sobre
todo, si entendemos que entre la verdad y la realidad hay un vínculo de
equivalencia identitaria. Al fin y al cabo, el propósito de hacer nuestra
filosofía es el de hacernos una realidad inteligible, donde podamos entender
para poder hacer.
Vamos a usar el método dialéctico.
Tesis: Ilustración humanista
Sobre la lectura de Fundamentación para una
metafísica de las costumbres, Immanuel Kant (publicado en 1785)
Traer a Kant no es baladí en esta cuestión. Se puede considerar que su
trabajo sintetiza perfectamente el deseo ilustrado de una promesa de
mundo mejor. Y lo hace proyecto.
Sapere aude, le decía a la sociedad política de su tiempo. La misma sociedad que
colapsó el Ancien Régime. En la historia de la filosofía, su enorme
trabajo de las críticas sigue siendo un must have que
trasciende épocas. Tales obras son magnas exposiciones de un pensamiento
cuidado, una razón clara y precisa que delimita a la razón para no volverla un
absoluto. Es por ello que su posibilidad de actualidad no es un trabajo
que se quede en las cátedras de la academia, sino un elemento esencial para
plantearnos una filosofía de lo cotidiano en nuestro tiempo.
Por ilustración no
entendemos solo un momento histórico, sino también una tarea: atreverse
a saber sigue siendo nuestro reto.
Pero ¿por qué hemos de atrevernos a saber? Es decir, ¿por qué es un
atrevimiento aún saber? Y no, no nos referimos con saber a lo
que se enseña en la educación obligatoria, aunque el espíritu ilustrado esté
relacionado con la educación universal. Hemos de atrevernos a saber para ser
personas conscientes y responsables de quiénes somos y qué hacemos en este
mundo.
(Como vemos, la pregunta sobre quiénes somos es un reto filosófico que, si
no es explícita, siempre es implícita en todo planteamiento. Ya sea porque se
trata de conquistar quiénes somos o por reconocerse como sujeto pensante.)
Pensemos durante un momento qué es ser una persona responsable.
Muchas acudirán a la definición jurídica: es aquí donde se nos presenta el
término de mayor de edad.
¿Qué requisitos se le exige a una persona con mayoría de
edad? Al final, de lo que se trata es de ser una persona que tiene la cualidad
de hacerse responsable de su capacidad de obrar. A nadie, ni
a ningún Estado, en su sano
juicio se le ocurriría hacer a un niño responsable de sus actos, por ejemplo. Se
entiende que las niñas y niños deben tener a alguien que cuide de ellos, que
los defienda en el mundo. Y con niñas y niños también nos referimos a los
jóvenes, que, pese a que sus capacidades de obrar son más amplias, la
responsabilidad de sus actos no recae de manera completa en ellos ¿Es porque
consideramos que una persona de 16 años no está en la idoneidad de ejercer sus
derechos de manera responsable? Eso es lo que considera la ley. Con 17 no, pero
con 18 sí que somos capaces de ejercer nuestro derecho al voto, conducir, beber
alcohol, firmar un contrato por cuenta propia… ¿Qué es lo que ha cambiado en
nuestro ser para que, el día antes de nuestro 18 cumpleaños pasemos de no ser,
a 24h después ser completamente responsables de todos nuestros actos? Las leyes
son así, tiene unas lógicas con respecto a las condiciones muy rígidas y
exactas en el tiempo, una fundamentación en los plazos categóricas y taxativas
que no admiten divagaciones dentro de las leyes. Es por ello por lo que nos
compete a nosotras preguntarnos qué es lo que nos va a hacer responsables más
allá de lo que diga la ley. Porque algo diferente tendremos que decir.
Necesitamos entender el mundo en el que estamos, una base de conocimientos
previos que nos ayude a situarnos para hacer las cosas por nosotras
mismas. Este último punto es importante, porque, ante todo, lo que
diferencia a alguien que es mayor de edad de otro que ya no lo es, es que su
capacidad de obrar como convenientemente crea no es
cuestionada a priori. Lo que sí puede ser cuestionado por la
sociedad son sus actos (condición que es a posteriori), pero no su
capacidad.
No solo se trata de hacer las cosas por nosotras mismas, sino también
de ser consecuente con nuestros actos. Ser responsables es
actuar por nuestra cuenta, pero aceptando que nuestras acciones tienen
consecuencias (tan sencillo como saber esto es ser consecuente), y
aceptarlas también. Necesitamos para ello poseer una capacidad racional y crítica que
nos haga competentes de saber qué es lo que podemos hacer y que también nos
habilite para prevenir lo que ocurre después de hacer algo.
En términos kantianos, necesitamos autonomía y libertad para ser mayores de
edad. Y esta autonomía y libertad viene de la racionalidad crítica. La
persona que se atreve a saber es quien se ha atrevido a asumir
las consecuencias de la responsabilidad de ser mayor de edad. Además, esta
mayoría de edad es la única garante de libertad y la que nos iguala ante las
demás personas. Es decir, que no nos basta con la condición inalienable de los
DD HH, necesitamos conseguir esa autonomía.
Y para ello hay que asumir la pregunta previa de ¿cómo se hace eso de
atrevernos a saber? Dejaremos esta pregunta para más tarde, cuando ahondemos en
cómo funciona la filosofía crítica. Ahora vamos a centrarnos en otra que también
se deriva de la afirmación de que hemos de hacernos responsables de
nuestros actos y sus consecuencias.
El ser humano que aspire a la mayoría de edad debe contar con algún sistema
teórico que le enseñe a diferenciar entre el bien y el mal de manera racional y
crítica. El campo de la filosofía que se encarga de diferenciar
cualitativamente entre lo que está bien y lo que está mal se llama ética.
Pero hasta Kant, no se había propuesto una filosofía moral que tuviese un
conocimiento que se pudiese equiparar al de la filosofía del conocimiento. La
pregunta con la empieza la Metafísica de las costumbres es, a
mi parecer, de una honestidad intelectual completa (ya que pregunta por la
intención y el sentido de la tarea abiertamente):
A la razón, ante el peligro de que se convirtiese en otro absoluto, le
hicimos una enmienda a la totalidad, para actualizar y purificar sus
competencias, desarrollar sus argumentos y delimitar sus posibilidades ¿tiene
sentido hacer con la moral lo mismo que con la razón? ¿Es necesario
escribir una filosofía de la moral pura? ¿Para qué podemos querer una
metafísica de la ética?
A Kant le interesa adecuar la filosofía moral con la filosofía del
conocimiento por una sencilla máxima:
El hombre* es un ser racional.
Esta sentencia será la que descanse sobre todos los principios de La
metafísica de las costumbres. En otras palabras, que el hombre sea
un ser racional es un principio inamovible en las teorías de la costumbres
kantianas.
*Atención a navegantes: el sujeto para el
que Kant piensa su filosofía es el hombre blanco occidental burgués. Cuando
Kant menciona al “hombre”, y lo define y se preocupa por su condición, solo
se está preocupando del hombre de forma literal. Aun así, como nuestra
lectura es conscientemente una crítica transversal de género y de razas,
creemos que es necesaria la advertencia. Dejaremos puesto “hombre” porque nos
interesa más la fidelidad al sentido que la adecuación a los estándares de
nuestra época. Tal cambio, creemos, sería deshonesto. Cuando se refiera a los
“seres racionales” en su conjunto, lo señalaremos. Será en la antítesis de esta
dialéctica donde nos preguntaremos si tiene sentido expandir los principios que
Kant hace para el sujeto hombre a los demás seres racionales.
Para que el hombre cumpla su papel de ser racional necesita de voluntad y firmeza.
Pero ¿no hemos dicho que el hombre es un ser racional?
¿Entonces para qué necesita los extras de voluntad y firmeza?
Porque esta racionalidad tiene que ser aprehendida. Necesita de
voluntad y firmeza para poder ser racional. Pero ¿de dónde salen las
capacidades de la firmeza y la voluntad? ¿De nuestra capacidad de practicar la
razón? Parece que es un círculo vicioso, ¿verdad? Pongamos más atención al
planteamiento, pues, para deshacer este nudo mental.
Kant hará una teoría paralela a su crítica a la razón pura que dirige a la
metafísica y la física, por ello nos cuenta muy breve en qué consiste:
-Si la teoría de la Naturaleza (la física) se compone de leyes de la
naturaleza, la teoría de las costumbres se compondrá de leyes de
libertad.
-Como las leyes de la naturaleza, las leyes de la libertad también tienen
que ser encontradas usando una estructura metafísica (literalmente,
que vaya más allá de la física)
-Tendremos que elaborar una filosofía de la moral alejada de la experiencia
(es decir, no empíricas), ya que buscamos la posibilidad de una
voluntad pura.
-Las leyes de libertad deberán ser, como las leyes de la
naturaleza, necesarias.
Kant va a hacer un ejercicio de filosofía pura, esto es, utilizar
los principios universales y los a prioris que tenemos para encontrar una
esencia de la condición humana, en este caso referida a la voluntad
racional humana. El legado que Kant quiere dejar es el de actualizar la
metafísica para hacerla competente a su tiempo, como Newton hizo un siglo antes
con la física. Es por ello por lo que aborda una crítica de la racionalidad,
sometiendo a juicio a la razón. Una vez hecho tal trabajo, la moral ha
de comportarse con los parámetros de la razón práctica pura. Su primer
ejercicio será encontrar estos principios racionales, por lo que
tendrá que estar muy atento y no confundir lo racional con lo empírico. El
campo de la experiencia está vetado para hacer metafísica, ya que se centra en
lo particular y lo subjetivo, el ámbito de la experiencia es un acto
determinado y no universalizable. Pero para validar esta metafísica de
las costumbres, tras habernos abstraído del campo de la experiencia, hemos
de volver a ella para ver si funciona. Este camino de ida y vuelta
es nuestra prueba del algodón: en ningún momento Kant se plantea hacer una
metafísica de las costumbres para el más allá, sino que tiene que ser funcional
al día a día del hombre. Para él, este ejercicio es el que validará a las leyes
de libertad de volverlas universalmente* válidas para todos
los hombres.
*Es con el término universal con el que luego
discutiremos fuertemente en la antítesis. Lo universal se contrapone con lo
mundial (siguiendo a Enrique Dussel) en la historiografía decolonial. Pero en
el espacio de la filosofía, el universal está en tensión constante con lo
particular, desde tiempos de Aristóteles. Lo particular no puede ser general,
pero lo universal no puede ser concretado. En el movimiento del uno al otro se
produce una transformación costosa para el conocimiento: una maldición más allá
del lost in traslation.
Buscando la posibilidad de una voluntad pura, Kant se encuentra con el
deber. Pero ¿quién nos impone ese deber? Nosotros mismos. Es un imperativo
legal, que emana de las mismas leyes de la libertad.
“La representación de un principio objetivo, en tanto que resulta
apremiante para la voluntad, se llama mandato de la razón y la fórmula de este
se denomina imperativo”
Metafísica de las costumbres, pág. 31
El imperativo categórico de Kant encara el problema entre el deber y el
querer. El deber, al estar por encima de todo (de nuestras apetencias y
creencias) para ser el fundamento de la ley trascendental ha de emanar también
de nosotros mismos. Es decir, de nuestra voluntad. El sistema se sustenta en el
reconocimiento de igualdad entre los demás seres racionales, que cumplen con el
mismo deber. Todos somos legisladores y ejecutores de la ley. La ley se
sustenta por tres cosas: por la Razón universal, por la teoría de la voluntad
como capacidad racional y por la existencia del fin racional.
¿Se puede leer la metafísica de las costumbres como un tratado de
liberación?
Se puede y se debe leer de esa manera. Conocer las leyes
de la libertad es conocer que la autonomía emana de nosotros mismos. Y es que
la autonomía de la voluntad es el principio supremo de la moralidad, ya que si
no, la voluntad no puede ser ella misma. La voluntad no se da fuera de sí
misma,
“sino que quien se da esa ley es el objeto merced a su relación con la
voluntad” Ob. Cit. pág. 58.
En la tradición, Kant señala otros caminos racionales que se han hecho,
pero sin crítica: los empiristas ingleses que buscaban la felicidad no podían
evitar caer en cosas contingentes, socavando la sublimidad de la moralidad. Los
racionalistas franceses erraban con el concepto de perfección, ya que lo
convertía en un círculo vicioso como concepto, un maldito concepto vacío, sin
intuición. La moralidad no puede ser ninguna fantasmagoría. Para ello, el imperativo
categórico ha de ser un principio a priori.
La voluntad es una pieza importantísima, ya que es, nada más y nada menos,
que la causa racional de los seres vivos racionales. De
todos los seres vivos racionales nos dice Kant, no solo menciona al colectivo
de los hombres. Toda causa tiene leyes, así que la voluntad, como causa,
también se ajustará a unas leyes. La ley de la voluntad es la libertad. Esta se
contrapone al instinto, que es la causalidad de los seres vivos no racionales,
ya que todo se explica a través de la necesidad natural y la determinación a su
nacimiento, su destino y su medio. La libertad es aquí una definición negativa,
ya que es eficiente independientemente de las causas ajenas. Pero como
definición positiva, Kant nos propone decir que
“La libertad es autonomía según las leyes de la propia libertad”.
Es lo mismo, para él, decir que la voluntad es libre como
decir que la voluntad se rige bajo leyes morales. La libertad solo
funciona bajo las leyes de la autonomía, es decir, bajo la máxima del
imperativo categórico. Si no, no somos libres.
“La voluntad es en todas las acciones una ley para sí misma”.
Recordemos que la libertad es la propiedad del obrar racional, pero el
sentido o la dirección es la felicidad. Sin libertad no podemos decir que
estemos actuando racionalmente. Es de la capacidad de racionalizar desde donde
se ejerce la voluntad. ¿Cómo determinamos de dónde nace la voluntad, la
racionalidad o la libertad, si no es apoyándonos en los otros conceptos?
Kant lo soluciona así: presuponemos la libertad de la
voluntad, por lo que la moralidad se sigue de ello por el simple análisis
anterior. Recordemos el símil de la filosofía kantiana:
-Si la filosofía natural explica la
naturaleza mediante la causa y el efecto de orden
-La filosofía moral explica la libertad mediante la
voluntad y la intención de bien.
El mundo para Kant sigue siendo una teodicea, y, aunque resulte un tema menor, no está de más mencionar la tendencia del autor. Ante todo, el orden y el bien prevalecen en el hacer filosófico de los modernos.
Por ahora, lo que propone Kant como primer paso para definir la
libertad positivamente es hacer una petición de principio.
Presuponer que hay libertad.
“Todo ser que no puede obrar sino bajo la idea de libertad es por eso mismo
realmente libre” Ob. Cit., pág. 65.
Evidentemente, seguimos sin salir del ouroboros de la libertad. Además, a
todo esto, sumamos el cumplimiento del imperativo categórico del fin en sí
mismo, que aplicado a la libertad nos dice:
“a todo ser racional hemos de otorgarles nosotros mismos esa libertad bajo
la cual obra” Ob. Cit., pág. 66
Para pensar al otro hay que pensarlo como nos pensamos a nosotros mismos,
como aquel saludo maya que dice “yo soy otro tú, tu eres otro yo”. Este es,
literalmente el mantra que sigue Kant para pensar al otro: pensarlo como a te
piensas a ti mismo.
“la razón tiene que considerarse a sí misma como libre en cuanto a razón
práctica o como voluntad de un ser racional” Ob. Cit. pág., 66
La libertad deja de ser una propiedad que tenemos para empezar a ser una
exigencia que nos hacemos.
El hombre encuentra dentro de sí muchos fenómenos a través de su sentido
interior. Entre esos fenómenos descubre una cosa que se llama razón (auto-conciencia
como diríamos ahora, o la voz de la conciencia más bien).
La razón no es el entendimiento ni el sentimiento, nos dice Kant. Es
el daemon de Sócrates. El nous de
Aristóteles. El Pepito Grillo de Pinocho. Es lo que hace a un
ser racional, sin ser parte del ser corporal. La razón se sabe, el ser racional
sabe que lo es, no necesita de una evaluación externa. Además, la razón
distingue el mundo sensible del inteligible.
La razón otorga al ser racional una ubicación. En el mundo sensible se
comporta con la heteronomía de las leyes naturales. En el mundo inteligible,
reconoce su autonomía a través de las leyes morales y de libertad. Por mucho
que la razón no crea en la gravedad, no puede no obedecer esas leyes. Pero sí
que puede transgredir al mundo inteligible con malas ideas, por eso hay que
aprender a pensar.
La cosa es que el hombre no puede pensar la casualidad de su propia
voluntad sin libertad, puesto que se ve independiente al mundo sensible. La
libertad es la independencia de la razón de poder decirse a sí misma. La
libertad es la autonomía, la legitimidad del ser humano de ser racional. Es el
principio universal de moralidad que sustenta todas las acciones de los seres
morales. Tal y como la ley de la naturaleza sustenta los fenómenos. Y nadie
negaría que la ley estaba ahí antes de ser descubierta.
Las criaturas irracionales responden al impulso y las racionales al
interés. ¿se puede arbitrar y hacer concebible un interés que el hombre pueda
adquirir por las leyes morales?
¿Por qué debemos someternos a las leyes de la libertad? ¿Qué libertad puede
exigir leyes y que, además estas sean morales sin corromper el principio de la
libertad completa? El problema es cómo voy a confundir el deber con el
querer.
Si no podemos explicar la libertad de la voluntad, ¿cómo vamos a explicar
el interés que el ser racional genera para dirigirse con voluntad a lo que sea?
Solo hay interés puro en la acción que suscita el imperativo categórico.
Porque ahí no existe ningún otro objeto de la experiencia que presuponga
propósitos.
“Una máxima solo es genuinamente moral cuando descansa sin más sobre el
interés que se adopta en el cumplimiento de la ley” Crítica a la razón
práctica, ak. V 79, Alianza, pág. 172
“Nuestro enjuiciamiento moral no debería depender de lo que algunos han
llamado el “sentimiento moral”, ya que esto solo es un efecto subjetivo que la
ley ejerce sobre nuestra voluntad” Ob. Cit. pág. 78
El comportamiento moral de placer-complace a posteriori. Aun es imposible
explicar cómo y porqué nos interesa la ley. Pero si podemos decir que la máxima
moral lo es, precisamente, porque no interesa. Así, con el desinterés, la razón
sigue comportándose con autonomía. El héroe moral de Kant es el
misántropo: pese a odiar y aborrecer a la humanidad, se reconcilia con ella
al obrar según el imperativo categórico.
Para el imperativo categórico la idea de libertad es necesaria. Es un
presupuesto que acaba probando su validez. Y así rompemos el círculo vicioso.
Deducción natural se llama eso
Ahora bien, que la libertad se haya probado como un presupuesto necesario y
posible en el hacer moral humano no implica que hayamos despejado el cómo. La
razón humana puede dar cuenta de su autonomía con respecto a sí misma por su
misma oposición a la heteronomía determinista natural. Es muy importante haber
encontrado el límite de la razón. Por dos motivos:
-Mundo sensible: ahí la razón no podía
buscar nada útil porque la motivación suprema y el interés concebible no dejaba
de ser parte del mundo empírico.
-Mundo inteligible: pese a su probada
eficacia en el razonamiento de la razón práctica, no podíamos encontrar el
cómo. Al final solo queda confesar una fe racional, como intención y dirección
moral.
Con el uso especulativo de la razón a propósito de la libertad solo podemos
ampliar su conocimiento hasta concienciarnos de su necesidad. En el definir de
los límites es donde se encuentra la ley. Como condición, hemos de aceptar que
su necesidad es previa. Ante todo, hay que aceptar los limites de lo humano
que, como ser mortal, que ha conocido/que sueña con lo divino, se reprocha toda
limitación que no le llega para alcanzar la eternidad.
De todo lo que quede más allá de esto, tan solo...
..."concebimos su misterio"- Ob. cit. pág. 81
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Antítesis: Racismo ilustrado
Y es que la solución kantiana es el idealismo puro. Trascender en el más
acá con normas del más allá, donde se encuentra el bien puro. Pese a que este
mundo no lo sea, lo volvemos subalterno a él. ¿Criticable? Bastante.
Kant inventa la crítica y enjuicia a la razón ilustrada. Salvaguarda el statu
quo, y por ello no llega a los fundamentos racistas y alterados de la filosofía
tradicional occidental. Pero para eso estamos nosotras aquí, para deconstruir
la tradición y así poder reapropiárnosla. O acaso, apropiárnoslas a secas, ya
que nunca ha sido nuestra. No entrábamos dentro de la categoría de hombre
kantiano. Tal vez sí la hiciésemos en la de seres racionales. En todo caso, usaremos
la legitimidad de la razón moderna para emanciparnos y hacernos mayores.
¿Cómo es posible un imperativo categórico? La felicidad forma parte del
mundo sensible. En la adecuación de la moralidad que se rige por las leyes del
mundo inteligible, pero forman parte de las acciones del mundo sensible es
donde se encierra la razón del deber ser. El mal es el mundo sensible, del que
recibimos las apetencias y los impulsos malvados. Se debe ser moral en el mundo
sensible porque el en mundo inteligible la voluntad quiere ser moral. La culpa
de todo sigue estando en la carne, nos dice el Kant más pietista. Imposible que
encuentre una respuesta que le de valor al mundo sensible de la misma manera
que se lo da al inteligible. Un mundo es mejor que el otro.
No se puede renunciar ni a la libertad ni a la naturaleza porque resultaría
contra la propia razón, así que, aunque parezcan antitéticos hay que preservar
a ambos. Es una falsa contradicción la que se plantea entre la naturaleza y la
libertad. Es más “hemos de pensarlas como necesariamente conciliadas” en el
mismo sujeto. Tal falsa contradicción es el campo de la filosofía especulativa.
Es esa la que ha de quitar la falsa contradicción y poner orden en el sujeto. Y
es que ambas cualidades del hombre se dan en el mismo tiempo. Se es sujeto
sensible e inteligible a la vez. El hombre ha de pensarse como objeto afectado
por los sentidos, el hombre con su voluntad es capaz de planear un futuro
postergando los apetitos que le afectan. El hombre se define como ser racional
porque puede evitar los apetitos. Porque puede contener el cuerpo y sus
placeres. Por su ascetismo.
¿Y qué es lo que calma a los apetitos? La voluntad. El hombre solo es
auténtico cuando se piensa como inteligencia.
Pero el mundo inteligible solo es concepto. Solo es el punto de vista que
la razón se ve obligada a tomar para darse a sí misma la prueba de que puede
practicarse. Para pensarse a sí misma como práctica.
La libertad es negativa ante el hombre como cuerpo. Pero la voluntad es
positiva ante el hombre como ser racional. Necesitamos a la naturaleza y a los
apetitos para probar nuestra autonomía.
“Ahora bien, la razón traspasaría sus confines si se atreviese a explicar
cómo puede ser práctica la razón pura, lo cual sería tanto como emprender la
tarea de explicar como es posible la libertad” ob.cit. pág. 76
La libertad, aquí, es una nueva idea que niega nuestra determinación a la
heteronomía de la naturaleza.
“La libertad solo vale como un presupuesto necesario de la razón de un ser
que cree tener conciencia de una voluntad”
La libertad es la capacidad de determinarse a obrar como inteligencia.
¿Y qué piensa Kant de aquellos que propugnan que la libertad no existe
porque queda demostrado que no hay leyes que la legisla? Cree que han
solucionado mal la contradicción de la que nosotros hemos dado bastante cuenta.
Han pensado al hombre tan solo como fenómeno y no como cosa en sí. Hasta los
propios objetos tienen estas dos partes, de fenómeno y noúmeno. Que la razón
tenga limites no significa que el mundo libre sea imposible.
Según Arendt, con su crítica del juicio estético, Kant enseña a ser
imparcial, tomando al otro en cuenta. Pero no nos dice nada de cómo interactuar
con el otro. El interés de Kan era el de venerar a la Razón, esa diosa con
mayúsculas que se alabó en la filosofía occidental hasta que se pudo. Y que aún
lloramos su muerte, porque nos culpamos de su asesinato.
Ya hemos dicho que la filosofía no juega un papel neutro a la hora de
establecer relaciones con el poder. La filosofía puede servir como institución
que legitime la bondad de una cultura (la que dimos por llamar filosofía del
status quo) o para todo lo contrario (la filosofía crítica). Los filósofos son,
precisamente ellos más que nadie, agentes activos a la hora de construir
narrativas y pensamientos. Y no tienen por qué formar parte de las propias
épocas. Pensemos si no en la relación de Nietzsche con el nazismo. O de la
ética de Kant con la ética nazi. La burrada aquella del nazismo es algo que
toda filósofa tiene que pararse a pensar bastante. La misma idea de
civilización permitió en su lógica que semejante barbarie aconteciese. Y
barbaries cercanas a ese horror que seguimos cometiendo.
¿Cuántos genocidios se han cometido en la historia de la humanidad? Muchos.
Pero la propia palabra genocidio tiene su origen tras la Shoah. El holocausto
es el punto de inflexión para los pensadores de Occidente, es el momento donde
la pregunta sobre lo que es civilización y lo que no comienza a tomar mucha más
fuerza. La barbarie nazi nos recuerda que, precisamente, barbarie y
civilización no son opuestos.
Se puede ser fascista y ser una persona muy culta, como también se puede
ser racista y tener el pasaporte sellado hasta los topes. El fascismo no se
cura leyendo ni el racismo se cura viajando.
Habrá que peguntarse entonces qué es lo que llamamos una persona culta, por
si acaso el problema es ese.
La persona culta es aquella que tiene cultura. Cultura son muchas cosas,
pero me interesa señalar el uso que se le da en ciencias sociales a la palabra.
Sociológicamente hablando, cultura es el concepto que usamos para referirnos a
todo el complejo variable de instituciones, gustos, vestimentas, gastronomía,
costumbres, religiones, creencias que un grupo práctica. Por tanto, a no ser
que hayamos crecido en el bosque, lejos de cualquier contacto humano, todas
tenemos cultura.
Volvemos a remitirnos al contexto. Cuando decimos de alguien que es una
persona culta, no nos estamos refiriendo a que tenga unas creencias y
costumbres compartidas con otros individuos. Nos referimos a la acepción
clásica, la romana: una persona cultivada intelectual y espiritualmente.
Alguien que ha dedicado tiempo y esfuerzo a comportarse de una manera elevada.
Con elevada parece que designamos a personas que están por encima de otras,
metafóricamente hablando.
O no.
Ser una persona elevada, hemos dicho, es ser una persona que le ha dedicado
esfuerzos a ser mejor persona. Es muy aburrido, pero es cierto, ser buena
persona es un esfuerzo, no algo con lo que se nazca. De ahí que el héroe moral
de Kant sea, como decíamos, un misántropo: solo el deber es lo
que le empuja a portarse bien con los demás.
Pero ¿acaso el rechazo de Kant hacia cualquier forma de ego no era un acto infundado
por una conciencia religiosa pietista, que rechazaba cualquier clase de placer
como algo pecaminoso? Nosotras podemos rebajar nuestras exigencias, ya que
aspirar a la santidad se ha quedado algo anticuado en estos tiempos modernos,
donde el espacio de lo sagrado ha devenido en lo íntimo. Y en lo público, donde
tenemos que demostrar nuestra bondad para con los demás, funciona mejor la
tolerancia y el diálogo que el altruismo indecible.
Para pensar al otro hay que pensarlo como nos pensamos a nosotros mismos,
como aquel saludo maya que dice “yo soy otro tú, tu eres otro yo”. En esta
sentencia está el mantra que sigue Kant para pensar al otro: pensarlo como a
otro tú.
Pero... ¿esto es una solución o un problema? ¿No seguimos perpetuando, como
nos dicen las teorías educativas de la reproducción, las desigualdades si nos
comportamos con los demás de manera jerárquica, desplazando el ser fenoménico
por el ser trascendente? ¿No usamos como medio a la carne humana cuando la
volvemos subalterna al deber de lo dictado por un más allá del que no tenemos
experiencia?
Síntesis: Ante el racismo ilustrado, ilustración humanista.
Por ahora, nos quedamos con lo siguiente: lo que propone Kant como primer
paso para definir la libertad positivamente es hacer una petición de principio.
Presuponer que hay libertad para así poder otorgárnosla. La emancipación es un
movimiento que comienza su acción dentro de nosotras mismas. Y con esto es
innegable que la tarea ilustrada no puede ser del todo rechazada. Es un
movimiento que tenemos que seguir haciendo.
Kant reitera que las leyes de
la liberad son para todos los seres racionales. Esto explica que, durante el
siglo de las revoluciones (el largo siglo XIX, que comienza en 1789 y acaba en
1918), acogerse al movimiento de ilustración pasase obligatoriamente por
reconocerse como ser racional, ya que era el camino abierto de la emancipación.
El peso de la razón era geopolítico gracias a la epistemología. Y aquí empieza
la ruptura moderna entre el orden del mundo y el ideal de mundo. La modernidad
(capitalista) se nombra hija de la Ilustración, pero solo es una contemporánea
bastarda. No reconoce la crítica en su esencia.
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