Aburrimiento como tema filosófico.


Cómo la filosofía encara la desidia juvenil.
Comienzo el tema con un cuento,
Funes el memorioso, de Jorge Luis Borges (1985). Lo vamos a usar a modo de ejemplo para entrar en materia: 
Ireneo Funes es un chico que, tras sufrir un golpe en la cabeza, le sucede un extraño trastorno. Solo tiene dieciséis años y ya está cansado de vivirlo todo. Y eso que vive en un pequeño pueblo de Uruguay, de estos pueblos donde se puede decir que nunca ocurre nada. Funes lo recuerda todo desde el accidente. Absolutamente todo: lo que ve y escucha se queda grabado en su memoria con tanto detalle como si fuese una cámara 24/7, capaz de grabar hasta la particularidad más insignificante. No hay nada que se le escape. Entre lo interesante e intrascendente no hay, por lo tanto, ninguna diferencia. Todo tiene para este personaje de Borges el mismo sabor a trivialidad.
Tal y como nos contaba Borges con su memorable y memorioso Funes, no hay nada más aburrido que recordarlo todo. Porque la vida se te hace tediosa en cada minuto que ocurre si no se puede esperar que ocurra algo importante. Te vas a acordar ya, no solo del minuto en que “viviste algo” (no se está siempre que te palpita el corazón conscientemente vivo), sino también de la sensación que albergaba tal sensación llena de hastío en cada movimiento del segundero. El tiempo se multiplica exponencialmente: recuerda el minuto, un minuto entero, lo que hace dos minutos que se suman al castigo de la memoria. Así, ad infinitum
¿Qué puede tener que ver este extraño maldito con el adolescente ordinario de las aulas de educación secundaria? De primeras, un poder como el de la memoria perpetua, debe resultar fascinante a cualquier estudiante. Todos tenemos que memorizar para pasar de curso. 
Pero hay una segunda lectura, algo más retorcida, con la que podemos relacionar la historia de Borges y la realidad actual del estudiante de secundaria. Me explico. Un adolescente normal suele mediar con la realidad con una serie de recursos "nuevos" de este tiempo. Con estos recursos nos referimos a las múltiples posibilidades de ocio que se le presentan en su cotidianidad. Todo el tiempo hay algo que hacer: atender al móvil por un mensaje -que por emergente parece urgente-, distraerse con el nuevo lanzamiento de la saga de su videojuego favorito, la nueva película en el cine que tanto se hace desear por parecer imprescindible en los avances (que le aparecen desde la cuenta de sus redes sociales, hasta en la obsoleta, pero aun viva, televisión, o en las vallas publicitarias…). El vacío de no hacer nada queda oculto: con aparatos telemáticos en los bolsillos, publicidad a cualquier altura de la mirada… Ambos, el móvil y la calle, repletos de mensajes con imperativos vitales. Lucha, sonríe, demuestra, consigue... Abrumado, como nuestro joven Funes.
No se trata de hablar de la sobre-exposición mediática contemporánea, que también podríamos. Trataremos de acercarnos a la desidia juvenil. Aunque el aburrimiento no sea solo propio del alumnado. Afecta a todos los agentes educativos: profesores, tutores y demás. Más que una reacción ante un mundo atosigado que nos oprime, el aburrimiento se presenta como un mal de diablo menor, como nos decía Baudelaire. No sabemos, seamos grandes o pequeños, cómo actuar ante el hastío vital. La desidia ¿puede ser el comienzo de una depresión? ¿Una simple fase en ciertos aspectos tras un reajuste de personalidad? ¿Un estado que sirva para disfrazar la rabia hacia la autoridad? En todo caso, el aburrimiento es un tema actual del que podemos y, creo, debemos dialogar. 
No sólo se trata, como antes hemos dejado caer, de un sentimiento recurrente adolescente. Aunque “la espera es transición, un lapso indefinido asociado a determinados periodos del desarrollo. La pubertad, la gestación, el capullo en los insectos, todos ellos son, vistos desde fuera, estadios de la espera de los que un día surgirá una criatura distinta” (Köhler, 2018)
El aburrimiento al que aquí nos referiremos es un aburrimiento existencial, aquel que suele sobrevenir cuando un gran cambio acecha. Pero no sólo. También podemos vislumbrar el componente ideológico: el vacío y las esperas no dan dinero al capitalismo. Para defender una dialéctica con nuestros jóvenes sobre el tema debemos poner en valor una lectura diferente y crítica con la realidad inmediata, por muy mediada que esta se encuentre ¿Podemos pensar en el aburrimiento como el sentimiento que contraría el voluntarismo individual que defiende el sistema neoliberal?
Pegatina en un cuarto de baño
de la biblioteca de la UCA,
Noviembre de 2018
La alegría perpetua del sistema en el que vivimos tiene el reverso de la obligatoriedad de la felicidad. Una felicidad que no es gratis: actúa como modeladora social. Como si de un episodio de Black Mirror se tratase, la felicidad es una sensación que se nos dice que no existe si no espercibida. Pensando en aquel problema budista del árbol que cae en el bosque sin nadie que lo oiga: si no nos ven felices es como si no lo estuviésemos. Esta presión por ser-percibido para ser tiene un fuerte componente contemporáneo a la hora de formar personalidades que no podemos obviar. Es por ello, que, ante semejante presión social, debemos ofrecer herramientas para desenvolvernos y enfrentarnos a un mundo que no es nada fácil. Sobre todo, porque es un tema destinado a su propia resistencia (Giraux, 1992). Generar alternativas de pensamientos es lo más radical -de raíz- que, desde la filosofía, podemos ofrecer. La filosofía sigue siendo la herramienta predilecta para poder leer la realidad que habitamos. No por nada somos nosotras, en clase y en casa, las que vamos a hacer filosofía
Tenemos una educación emocional que se está poniendo en práctica como innovación educativa desde no hace demasiado tiempo. Creo que es interesante ahondar en este camino y plantear necesidades del presente de las jóvenes, algo más allá de una clase especializada en el tratamiento de las emociones y los sentimientos. Cuando nos enfrentamos a adolescentes tenemos que tener presente más que nunca que la educación emocional, y la corporal, es tan necesaria como la académica. Hemos de estar dispuestas a prestar, como docentes, una ayuda fundamental, ligada a ellos, a sus vidas y sus intereses. No por nada, tampoco nos olvidamos que este trabajo es de educación.
Lo que queremos, humildemente, ofrecer desde aquí es un pequeño manual de actividades donde se recoja, además de algo de teoría y reflexión sobre el tema, algunos ejercicios de lecturas de autores que nos ayuden a trabajar con las alumnas, herramientas dialécticas que hagan entender la desidia y el aburrimiento. 
Ya sabemos que el saber no ocupa espacio. Pero no podemos decir lo mismo sobre el tiempo. El tiempo, aquella intuición pura para Kant que nos definía, junto con el espacio, las formas del saber. Se le atribuye al filósofo ilustrado aquella frase que dice: "la paciencia es la fortaleza del débil y la impaciencia la debilidad del fuerte". La paciencia es un saber esperar, la condición previa de todo entendimiento, como decía Genazino (Köhler, 2018). Y esperar es, inevitablemente a veces, un hastío. Así que ¿por qué no plantear como una prioridad educativa de primer lugar el aburrimiento como espacio para el saber y la experiencia?
Bibliografía

Baudelaire, C. (2011), Las flores del mal, Madrid, Alianza.
Borges, J. L. (1985), Ficciones, Barcelona, Planeta de Agostini
Giraux, G. (1992), Teoría y resistencia en educación: una pedagogía para la oposición, México, Siglo XXI
Kant, I. (2010), Kant III. Crítica del Juicio · ¿Qué es la Ilustración? · El conflicto de las facultades, Madrid, Gredos.
Köhler, A. (2018), El tiempo regalado: un ensayo sobre la espera, Barcelona, Libros del Asteroide.


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